Por
Manuel Ortega
Esto de poner estrellitas me está amargando la
existencia. Antes me bastaba con fundamentar mi opinión con
argumentos y a casita. Ahora no, ahora tengo que cuantificar
los créditos y los réditos de la película que me haya tocado
en suerte o en desgracia. Y no es tarea sencilla (vive Dios)
tan sobrecogedora misión. Sobre todo si nos encontramos con
una propuesta tan ecléctica, irregular y desafíante como Amelie.
A veces es lícito utilizar todas las puntuaciones:
1
estrella- Peca de efectista en mucho de sus pasajes, sacrificando
en algunas ocasiones el original ritmo que Jeunet imprime a
la narración. A veces queda bien a las claras la cartas marcadas,
descubriendo fraglantes desequilibrios en una sucesión de dicotomías
negativas: dulce pero sosa, colorista pero gris, hermosa pero
superficial. Esteticista y, a ratos, molesta, se nos presenta
como un regalo barato envuelto en un papel carísimo. Mal cuerpo
al abrirlo.
2 estrellas- Historia de amor convencional, de
encuentros y desencuentros, prisas y pausas, citas y casualidades,
causas y caprichos, todo esto rematado con un más que previsible
final feliz. Recuerda a la menos publicitada pero más original
y juguetona Tuvalu, estrenada también este año con resultados
comerciales más exiguos. Fallida en su intención de darle otra
vuelta de tuerca a la dimensión mágica de las relaciones amorosas.
O algo así.
3 estrellas- Jean Pierre Jeunet nos pone sobre
la pantalla un catálogo de muestras de su estilo y de su propia
concepción del hecho fílmico, donde podemos encontrarnos la
excelente capacidad para crear, inventar y transcender que ya
estaban en su magnífico cortometraje Tonterías.También nos encontramos
con su habitual estancamiento pasado los dos tercios de la proyección.
Pero quedémosnos con lo posítivo porque pocos autores se arriesgan
en pos del cine.
4 estrellas- Cine con mayusculas, si por ello
entendemos el que tiene un compromiso ético y estético con la
sociedad contemporánea (vease la magnífica AI, por ejemplo).
Partiendo de personajes excéntricos y singulares, nos construye
un juego alegórico sobre las necesidades afectivas y sociales
de unos seres marginados (y marginales) no forzosamente en términos
económicos, sino por su condición (y su convinción) de ser diferentes.
La derecha francesa alabándola (¡la ha alabado!) sólo ha demostrado
la miopía mental y la ignorancia supina de todas las derechas.
5 estrellas- Muchos momentos de verdadera maestría
jalonan los 121 minutos de una película subyugante, brillante
y bella, apta para todos los públicos, desde los que van a pasar
el rato hasta los que van a leer entre líneas, desde los que
van con la novia (o el novio) hasta los que van en grupo de
hooligans, desde los que quieren reirse hasta los que necesitan
llorar. Una obra valiente, una apuesta ganadora, un éxito sin
paliativos ni medias tintas. Una muestra de que el cine francés
siempre será francés. Y nosotros que lo veamos.
Por una vez le haremos caso a la aritmética
y a su media que todo lo mide. Incluido el cine.
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