Ficha técnica

 

 


Ali

K.O. técnico

Por Javier Pulido Samper

En un pueblo tan necesitado de mitos como el estadounidense, nada mejor, cuando el desánimo hace acto de presencia, que recurrir a los más significativos iconos de su historia reciente. El ascenso y caída de Cassius Clay, más conocido como Muhammad Ali, uno de los boxeadores más grandes que en el mundo han sido, se presta, desde luego, a la pertinente adaptación a la gran pantalla.Y es que Ali, que se proclamó Campeón de los Pesos Pesados meses después de la muerte de Kennedy y recuperó el título más de diez años después, tras negarse a participar en la guerra de Vietnam, fue testigo y a la vez protagonista de una década (1963-1974), decisiva para la lucha por los derechos de la raza negra en Estados Unidos.

Es ese período de tiempo el elegido para desarrollar la historia de Ali, un filme cuya intención no reside en limitarse a los combates librados por el púgil, sino en la recreación de una época histórica especialmente convulsa. Sin embargo esta elección, a priori interesante, se convierte en el principal lastre de la producción. Pese a quien pese, el mito generado en la memoria colectiva en torno a Muhammad Ali es bastante más interesante que el personaje real, que nunca supo apoyar sus polémicas decisiones con argumentos contundentes, carente del verbo demoledor de coetáneos como Malcolm X.

La misma perplejidad ante la anemia que se encontraba detrás de algunas de las decisiones tomadas por Ali aparece a la hora de la elección de la persona encargada de la puesta en marcha de su biopic, Michael Mann. Si algo se recuerda de las esteticistas películas de Mann, como Heat o El último mohicano, es su búsqueda a toda costa de la fotogenia, del encuadre mágico, de esa composición perfecta de la escena... que le hace olvidarse de imprimir un adecuado ritmo narrativo a sus historias. Mann busca más el fogonazo visual que la memoria a largo plazo en sus películas. Ello es perfecto a la hora de ilustrar los más importantes combates que disputó el púgil en ese período. Sin llegar a la maestría de Scorsese en Toro Salvaje, los combates del Ali cinematográfico son vibrantes y duros, siempre a la búsqueda de los mejores resultados visuales, sin que el tempo narrativo se resienta.

Sin embargo, Mann se embarra, se pierde y se pone en evidencia cuando intenta hacer creíble la historia de Ali persona, incapaz de entrelazar bien los hilos que unen los grandes títulares históricos con esa introhistoria particular de cada ser humano a la que en su día hacía referencia Unamuno. Mann se limita a situar al personaje principal como testigo casi pasivo de unos acontecimientos, escasamente esbozados y pintados con brocha gorda, que van transcurriendo más como postales que como marcos que interactúan con los personajes y les condicionan.

Dicho de otra manera, la empresa le viene grande a Mann, que aquí necesitaba acompañar su abusivo sentido de la imagen con un mayor grosor en la construcción de los personajes y una menor dejadez a la hora de reconstruir el fascinante periodo histórico al que hace referencia. El descolorido álbum de cromos de Mann (con escasa vocación documental) palidece ante el Spike Lee de Summer of Sam o el Julien Temple de La mugre y la furia. Cae además el director en la epidemia de los metrajes mastodónticos, que acaban por sacar a la luz los lamparones de la producción, a pesar del intento de salvar los muebles con unos estupendos y acertados flash-backs de la infancia del boxeador que actúan a modo de contrapunto.

Ali será recordada en todo caso por el tour de force convicente y enérgico del que hace gala Will Smith, que cuenta por taquillazos los proyectos en los que participa. Su recreación del mítico púgil, bendecida por el mismo Ali, sí que es capaz de llegar al hueso. Y es que Smith, en un notable trabajo de mimesis debidamente publicitado, no sólo es capaz de emular (bien) al campeón en el ring, sino que consigue introducirse tan fondo en la piel del personaje histórico que parece que es el mismo Ali el que vive, siente y respira en pantalla. Arropándole, unos estupendos Jon Voight y Jaime Foxx que se mueven como pueden en una estructura rígida y cerrada que parece estar más al servicio del who´s who que en la adecuada progresión de los personajes.

 

 

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