Por
Javier Pulido Samper
La Ley Seca, el Hampa y la figura del gangster
en general ha sido tratados por la industria del cine casi desde
sus comienzos. A lo largo de las décadas, y según la coyuntura,
clásicos como Scarface han diseccionado la figura del
mafioso desde todas las perspectivas posibles: como antihéroe
romántico, como cáncer social contrapuesto a la figura del impoluto
agente del orden o como vértice de historias de redención o
descenso a los infiernos. El torrente de títulos que ha proporcionado
el género ha creado un universo propio, con iconos reconocibles
e intercambiables entre producciones. Décadas más tarde, sin
embargo, la generación que alumbró a talentos como Scorsese
o Coppola demostró que el género admitía nuevas variantes, analizando
las relaciones dinásticas y familiares de la Cossa Nostra y
elevando la violencia hasta límites superlativos.
Así
las cosas, retomar a estas alturas el género requiere, o bien
intentar nuevas posibilidades o, partiendo de los códigos creados,
parir obras que al menos mantengan un determinado nivel de calidad.
Este último es el caso de los hermanos Coen, que jugando con
las convenciones clásicas de algunas de las producciones, son
capaces de mantener su inconfundible sello personal, que llevaran
hasta su máxima cota en Muerte entre las flores.
Con estos antecedentes, ¿es capaz Ajuste de
cuentas de seguir alguno de estos caminos? Rotundamente
No. Narra la historia de un rat pack de hijos de mafiosos
que no saben escapar de su pasado, pero tampoco son capaces
de mantener el testigo de la herencia familiar, lo que podría
aplicarse a los responsables del filme. Y es que los directores
y guionistas Brian Koppelman y David Levien deben demostrar
mucho todavía. Quizá Rounders conserve cierto prestigio
en según que circuitos, gracias a la dirección de John Dahl,
pero Ajuste de cuentas no aguanta ni un pase televisivo.
Amputadas las esperanzas desde el comienzo de encontrarnos con
un proyecto original, resulta que Ajuste de cuentas bebe
y mal, casi se atraganta, de las peores fuentes, aquellas que
durante las últimas décadas se han aferrado a los más rancios
estereotipos.
A lo largo de la historia, el género también
se ha caracterizado por contar con unos intérpretes, desde James
Cagney hasta Billy Bob Thorton, que salvan a golpe de interpretación
las lagunas de los filmes. En este caso, Ajuste de cuentas
no encuentra respaldo en unos actores que rinden bajo mínimos,
por incompetencia o desidia. Uno no esperaba más de los pipiolos
Barry Pepper (Campo de batalla: la Tierra), Seth Green
y Andrew Davoli (La otra cara del crimen), pero albergaba
alguna esperanza sobre las posibilidades de Vin Diesel, el actor
que prometía mucho en Pitch Black y salía indemne de
la basura de A todo gas. Aquí se muestra con su peor
cara, aquella que le emparenta con los descerebrados ochenteros
como Jean-Claude Van Damme. Por lo que respecta a Dennis Hopper,
al que se añora en una producción deciente, y al cada vez más
histriónico John Malkovich, lo más piadoso que se puede decir
de su interpretación es que es perezosa.
No son desde luego los personajes más adecuados
para llevar una historia que no es capaz de arrancar nunca porque
le falta ritmo, porque no es capaz de incorporar tensión en
ningún momento y porque en sus aproximaciones a otros géneros
como el western se queda bastante por debajo de lo que
promete, porque sus personajes estereotipados no resultan creíbles
en ningún momento y porque en cada uno de sus minutos de metraje
acusa una absoluta falta de fe en sus posibilidades. Un despropósito
total que, sino fuera porque está amparado por el todopoderoso
productor Lawrence Bender, dormiría el sueño de los ineptos
en los sótanos de alguna productora de serie B.
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