Por
Juan Antonio Bermúdez
Si creemos en la reencarnación, este viejo llamado
Shoei Imamura pudo haber escrito Las mil y una noches.
En este otro tiempo, en esta otra vida, hace películas. Maravillosas
películas que reactualizan en los márgenes cotidianos de este
tercer milenio una mitología sensual, naïf y desbordante, reclamo
de una visión del mundo antagónica con respecto a los tópicos
ultracapitalistas del Japón contemporáneo.
Agua
tibia bajo un puente rojo está sostenida sobre dos héroes
soberbios: un hombre humilde que cambia de fortuna al perder
su trabajo y con él sus certezas; una atractiva y enigrmática
mujer (una suerte de Amelie de rasgos orientales) que
se llena de agua y orgasma como un geiser. De su encuentro surgirá
una de las historias de amor más insólitas y hermosas del cine
reciente; de sus encuentros surgirán algunas de las escenas
de sexo más insólitas y hermosas de toda la historia del cine.
Para contar este cuento, Imamura despliega una
deslumbrante gama de recursos poéticos visuales que van desde
el absoluto artificio con el que se recrea un sueño amniótico
del protagonista a las bellísimas imágenes semidocumentales
de unas escenas de pesca en alta mar, primando de todas formas
lo real maravilloso, el recuadro sin demasiados trucos de unos
decorados naturales exprimidos hasta el límite del expresionismo.
Como otras películas de Imamura (Dr. Akagi
y La anguila son las dos que hasta ahora han tenido
más reconocimientos y más difusión internacional) ésta también
apunta hacia la coralidad, con un amplio catálogo de pintorescos
secundarios que le sirven al director para insertar acotaciones
sobre los temas que le obsesionan (la vejez, el sexo, la xenofobia...),
casi siempre en un tono exagerado y humorístico, como bocadillos
que complementan y modelan desde un plano trasero el discurso
medular del filme.
Aunque hay ahí algunas historias geniales como
la del atleta africano, no están siempre a la altura del fabuloso
relato central estos sucesos marginales. Sobre todo en su tramo
final, la película pierde algo de gas cuando necesita dar demasiadas
explicaciones sobre algunos personajes. Y es casi lo único que
se le puede reprochar a Agua tibia bajo un puente rojo.
Bueno, eso y una pelea bastante gratuita que
también se incluye en el tramo final del filme. Pero ¿alguien
ha visto una película japonesa sin pelea?
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