Por Alejandro del Pino
Empecemos
por el origen del relato (o por el relato de los orígenes) de
ese apasionante fenómeno cultural y musical que explora Michael
Winterbottom en 24 hour party people. En el principio
fue un concierto de los Sex Pistols el 4 de junio de 1976 en
un teatro de Manchester al que asistieron 42 personas, una cifra
ridícula desde un punto de vista meramente cuantitativo. Sin
embargo, esas 42 personas determinaron el camino seguido por
la música pop-rock de las dos décadas posteriores y aún hoy
puede rastrearse su influencia en infinidad de grupos y propuestas
musicales.
Quizás
nada de eso tenga demasiada importancia, pero Tony Wilson (uno
de los 42 privilegiados que asistió al concierto) creyó y cree
que sí, y es esa certeza la que construye el mito. Y decenas
(tal vez cientos) de miles de personas de todo el mundo (entre
las que me incluyo) han compartido dicha certeza y han construido
buena parte de su educación sentimental a partir de ese trozo
de intrahistoria de la música popular contemporánea. Para ellos
(para mí) está destinado el último trabajo de Michael Winterbottom,
director de películas como Wonderland o El perdón,
que en 24 hour party people ha logrado dar consistencia
cinematográfica al mito y ha conseguido salir airoso de un reto
tan arriesgado como estimulante.
Pero
en su principal virtud está su defecto más evidente. 24 hour
party people es una película para iniciados, y aquellos
a los que la historia de la Factory y de grupos como Joy Division
o New Order no les haya interesado nunca, se sentirán muy desorientados
en esta vertiginosa y frenética reconstrucción de la escena
musical de Manchester desde finales de los 70 a principios de
los 90. El filme de Winterbottom se resiente de su ambición
totalizadora y con frecuencia cae en precipitaciones narrativas
y dramáticas, en saltos temporales y elipsis argumentales que
dificultan la comprensión de la historia. En este sentido está
muy lograda la narración de los inicios de la leyenda musical
de Manchester, así como la descripción de su floreciente final,
pero el relato flojea cuando se centra en el periodo de casi
diez años que sirvió de bisagra entre ambos momentos de esplendor.
Un desequilibrio que probablemente afecte negativamente a la
valoración global del film, pero que no perjudica su enorme
poder de evocación ni su capacidad para despertar el interés
en espectadores no iniciados por la música que se hacía durante
aquellos años en un rincón del norte de Inglaterra.
24
hour party people, recorre dos décadas de ebullición musical
en Manchester, una ciudad marcada por la crisis industrial y
por su condición de capital periférica y provinciana (frente
a la fagocitadora energía cosmopolita de Londres) donde se fraguó
una de los movimientos más imaginativos e influyentes de la
cultura juvenil contemporánea. Desolada, húmeda y triste, la
ciudad se convirtió en un punto de referencia para jóvenes de
todo el mundo occidental gracias a un movimiento musical que
se desarrolló en torno a la frenética y anárquica actividad
de un sello discográfico - The Factory Record - y un local reconvertido
en discoteca - The Hacienda - comandados por un inquieto periodista
Tony Wilson que se ganaba la vida haciendo reportajes estrafalarios
para una televisión local.
Interpretado
con soltura e ironía por Steve Coogan, la figura de Tony Wilson
vertebra y dota de lógica narrativa y conceptual a la bulliciosa
y frenética sucesión de acontecimientos, personajes y músicas
que desfilan por la fragmentada trama de 24 hour party people.
Wilson ejerce de maestro de ceremonias de este rito de celebración
fílmica del mito musical de Manchester, y con sus análisis sociológicos
y filosóficos (herederos del discurso situacionista) y sus guiños
metacinematográficos se convierte en el eje principal sobre
el que se construye la narración. A medio camino entre el docudrama,
la ficción épica generacional y la comedia musical posmoderna,
24 hour party people nos lleva desde la eclosión del
punk a la locura del ácido (Happy Mondays y su explosiva combinación
de cultura dance y espíritu rock-hooligan), pasando por
la belleza desolada y trágica de Joy División, la demoledora
pulsión rítmica de New Order o la sensibilidad intimista de
The Durruti Column.
Michael
Winterbottom, un director prolífico y ecléctico que se entrega
en cuerpo y alma en cada aventura cinematográfica que emprende,
ha realizado un vitalista y enloquecido collage audiovisual
narrado en clave de ficción documental y sazonado con grandes
dosis de humor. Todo ello enriquecido por un profundo impulso
épico y por puntuales e ingeniosas notas a pie de imagen que
intentan explicar el contexto histórico y social de lo que se
está contando. A partir de un ritmo trepidante aunque algo irregular
y de una poderosa puesta en escena, el relato sigue una lógica
fragmentada y difusa, configurándose como un complejo ejercicio
cinematográfico grabado en vídeo digital (lo que aporta frescura
e inmediatez) y resuelto con enorme habilidad por el realizador
británico que ha sabido captar y mostrar el espíritu de una
época y de un estilo de vida.
Un
apunte final para aficionados a la música de esa época y melómanos
en general. Más allá de su interés cinematográfico, 24 hour
party people merece la pena por su suculenta y nostálgica
selección musical que incluye algunos de los temas más emblemáticos
de Joy Division (Atmosphere, Trasmission, She
lost control, Love will tear us apart), New Order
(Blue Monday, Here to stay), The Durruti Column
(Otis), Happy Mondays (Hallelujah, 24 Hour Party People,
que da título al film), Buzzcocks, 808 State, A certain Ratio,
Sex Pistols, A guy called Gerald,... Fuera de la selección quedan
otros grupos míticos de Manchester como The Smiths o The Stones
Roses. Pero eso, como dice Tony Wilson refiriéndose a una parte
poco edificante de su vida sentimental, es otra historia.
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