Por
Alejandro del Pino
El torso, la princesa enfadada,
el chacal, la peregrina, el niño obeso y la madre nefasta,...
son algunos de los doce fantasmas encerrados en el sótano de
una espectacular casa de cristal construida por un excéntrico
y enigmático millonario llamado Cyrus Kriticus (F. Murray, a
quien hemos visto recientemente en Descubriendo a Forrester).
Cuando Cyrus muere, deja en herencia la casa a su sobrino Arthur
(Tony Shalhoub) quien tras la trágica desaparición de su esposa
intenta rehacer su vida junto a sus dos hijos: Kathy (Shannon
Elizabeth, conocida por sus papeles en American Pie o
Scary Movie) y Bobby. El único misterio del film consiste
en averiguar quién es el decimotercer fantasma que da sentido
al título, aunque para ello el espectador tiene que aguantar
más de una hora y media de despropósitos narrativos, sustos
sangrientos previsibles, chistes malos y, eso sí, brillantes
efectos visuales elaborados con los últimos recursos de la tecnología
digital.
13
fantasmas es un remake de una obra homónima del prolífico
y multifacético William Castle, un director, productor y showman
de los años 50 que consiguió una gran promoción de sus películas
de bajo presupuesto gracias a ingeniosas estrategias de marketing.
Se trata de la segunda versión de un film de Castle que lleva
a cabo la productora fundada por Joel Silver (productor de Matrix),
Robert Zemeckis (director de Forrest Gump o Lo que
la verdad esconde) y Gil Adler tras la revisión de House
on haunted hill. En esta ocasión el encargado de adaptar
a los tiempos actuales la delirante historia de Castle ha sido
el desconocido Steve Beck, un director de vídeos musicales y
anuncios que se estrena con esta película en el mundo del séptimo
arte.
A medio camino entre el laberinto de los espejos
y la mansión del terror de un parque de atracciones posmoderno,
el diseño de la enigmática casa de cristal y acero que heredan
los protagonistas de 13 fantasmas es el principal (y
casi único) atractivo del film. Por lo demás, 13 fantasmas
es un cúmulo de despropósitos y lugares comunes. Prescinde de
las reglas básicas de la lógica narrativa, tiene lagunas en
el guión tan evidentes que parecen hechas "a posta", los diálogos
son poco creíbles cuando no bordean el ridículo y la construcción
de los personajes es nula y está llena de peligrosos tópicos
(mujer negra graciosa, malvado huraño y solitario, padre abnegado
sin fisuras morales,...). Además carece del más mínimo sentido
del suspense y, para rizar el rizo, tiene un happy end
tan forzado como empalagoso.
Es
verdad que se trata de un film dirigido conscientemente al consumo
masivo, sin pretensiones autoriales, ni búsqueda de innovaciones
dentro del género. Por ello hay que reconocer que 13 fantasmas
más o menos cumple su función: asustar y entretener. Sobre todo
a los aficionados al soft-gore de diseño convenientemente
aliñado de elementales reflexiones esotéricas y que usa con
profusión las nuevas tecnologías digitales (la sangre ya no
se nota que es tomate). El resto de los espectadores tendrán
que bajar mucho su nivel de exigencia si quieren disfrutar algo
de este producto perecedero.
Al menos el debutante Steve Beck demuestra un
buen sentido del ritmo (fruto quizás de su experiencia como
director de videoclips) y consigue crear cierto clima
de tensión que permite que los sustos sean eficaces a pesar
de su previsibilidad. En 13 fantasmas destaca además
el trabajo de maquillaje (los zombies son realmente terroríficos)
y el despliegue escenográfico. También puede reseñarse algún
que otro gesto cinéfilo como las escenas del niño recorriendo
con su patinete los intrincados pasillos de la casa de cristal
que nos remite al terror psicológico de El resplandor.
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