Una de las características de la vejez es la progresiva
percepción de que uno ya no participa, y ni si quiera está al
corriente, de la cultura que le rodea. Después de vivir en Haywards
Heath, bastante alejado del negocio del cine, debo confesar que
hasta hace poco no había oído hablar, ni mucho menos visto, Pearl
Harbor, Límite vertical o Tomb Raider. Bueno,
de Pearl Harbor sí había oído hablar en su sentido geográfico
e histórico, pero la película no estaba en mi radar, por así decirlo.
Alguien me dijo que su estrella era Ben Affleck, lo que le pedí
que repitiera varias veces convencido de que estaba intentando
expulsar una flema. Otras fuentes me confirman que ese es en realidad
el nombre de una estrella del cine actual. Vivir para ver.
Digo esto para explicar mi perplejidad ante las
muchas candidaturas para el título de la película cuyo guión introducen
esas notas, candidaturas traídas una vez tras otra por los cineastas
mientras yo trataba de concentrarme en el montaje del filme. Yo
soy algo así como un montador de la vieja escuela, mientras que
los hermanos Joel y Ethan Coen son cineastas con su propio estilo
que habían comenzado a rodar su última película sin preocuparse
de cómo se llamaría. "Los pensamientos no vuelan" fue un temprano
título de trabajo que, gracias a Dios, decidieron descartar. También
habían abandonado títulos más opacos que trataban de enclavar
la película en el género negro: "Yo, el barbero", "El hombre que
fumaba demasiado" y "Las andanzas de Nirdlinge". Los Coen pensaban
en "Ed, presunto desaparecido" y "Mr Mum", ambos referidos al
personaje central callado y alienado interpretado por William
Thorton. Rechazaron como "demasiado sesentero" un candidato que
no me pareció del todo carente de interés: "¡Te amo, Birdie Abundas!".
Al principio agaché la cabeza mientras discutían,
luchando por hacer simples cortes en un material filmado por personas
claramente ignorantes de los más simples mecanismos de construcción
de la escena. La situación me era familiar, siendo esta mi séptima
película con los directores, lo que me condujo a pensar si un
montador con recursos no es a veces más que el amigo del director
su cómplice, pues permite el descuido y la ineptitud de personas
que de otra forma tendrían que reformarse. Sobre este tema podría
escribir un libro (amigos de Faber & Faber, tomad nota).
Como dije anteriormente, estoy retirado. Ya sólo
desenfundo mis tijeras para trabajar con los hermanos Coen. Pagan
bien, sin duda por necesidad, pues sus planos o ellos mismos asustan
a los montadores más jóvenes. En el caso de esta película, me
prometieron endulzar el conjunto con un fin de semana de vacaciones
pagadas en Blackpool si encontraba un título que pudieran usar.
Así que acepté darle una vuelta.
Los títulos, en mi opinión, deben ser directamente
descriptivos. Lo ambiguo, ingenioso o grandilocuente no funciona.
Por tanto, mi sugerencia fue el directo y sencillo "Edward Crane".
Imaginad mi sorpresa cuando los cineastas me llamaron mientras
guardaba la ropa de verano en la maleta para decirme que pensaban
que aún no habíamos llegado al título definitivo. Les ofrecí entonces
una ampliación sensata, "Crane, el barbero". Cuando éste fue también
rechazado comencé a cuestionarme mi propia decisión de asociarme
con cretinos. Más aún cuando me explicaron que estaban buscando
algo más poético, como "El otro lado del destino", que ambos encontraban
atractivo pero no querían utilizar porque no estaban seguros de
que el destino tuviera más de un lado. "Ninguno conoce mi nombre"
era otro de sus favoritos, rechazado sólo por la superabundancia
de emes y enes.
Habían solicitado mi consejo, me dijeron, porque
pensaban que, siendo británico, quizá supiera "algún rollo de
Shakespeare que funcione". Propusieron la teoría de que un buen
título intriga, es sugestivo y hace que quieras saber más. Iba
a sugerir "El hombre con el corazón de gas", pero, consciente
de que querían algo con sabor a confesión morbosa, propuse "Mi
corazón es gas". Ethan estuvo un rato meditándolo, y después me
preguntó "¿pertenece eso a los sonetos?".
Puede que uno no debiera descorrer el velo que
oculta el proceso creativo. He aquí dos personas respetadas en
el mundo del arte de los que a lo mejor no es necesario saber
que en realidad son más bien tontos. Pero por otra parte este
conocimiento quizás sea positivo para el público general, imbuido
por un excesivo respeto hacia las personalidades creativas. En
un momento dado, mis propias reflexiones sobre su vacuidad personal
me llevaron a un título que no me parecía del todo malo: "El hombre
que nunca estuvo allí".
Y de hecho, los hermanos lo recibieron con entusiasmo.
Pero al día siguiente un desolado Ethan me dijo que el título
ya se había usado en una comedia de Steve Guttenberg de los 80.
Cuando hice la pregunta obvia "¿quién es Steve Guttenberg?", Joel
se rio y Ethan me miró fijamente y me dijo "¿recuerdas Loca academia
de Policía?"
Aceptaré su palabra de que existe un tipo así que
protagonizó una película con ese nombre; como confesé al principio
de esta introducción, no soy ninguna autoridad en el tema. Joel
propuso que, para ahorrarnos problemas legales, cambiar el título
por "El hombre que nunca estuvo del todo allí". Cuando apunté
que el cambio, aunque leve, alteraba el significado del título,
Ethan me llamó pedante (los dos tienden a enfandarse cuando les
corrigen). Llegaron a otros dos títulos bastante oscuros: "Nunca
volveré a cortar el pelo para siempre" y "¡Estás loco, Ed Crane!".
Así siguieron las cosas, en incómoda observación de alternativas
insatisfactorias, hasta que los dos decidieron "llamar a Steve"
y pedirle permiso para utilizar mi título claramente superior.
Un divertido Steve Guttemberg recibió una llamada
telefónica incoherente (de la que sólo escuché una parte), que
comenzó con ambos hermanos confesándole al mismo tiempo y con
todo lujo de detalles cúanto les gustaba su trabajo, y terminó
con la pregunta de si estaría bien usar "El hombre que nunca estuvo
allí" como título para una película sobre un barbero que en realidad
quiere montar una lavandería y un montón de gente que encuentra
una muerte violenta. Una vez averiguó lo que estaban buscando,
el señor Guttemberg informó a los hermanos de que él no era el
propietario del título en cuestión, y les aconsejó llamar a la
productora de la película, Universal Pictures.
Intimidados por la sola mención de Universal Pictures,
dejaron el asunto en manos de la tropa de abogados cuyo trabajo
a tiempo completo es proteger a ambos hermanos de ellos mismos.
Asegurarse los derechos del título fue cosa de una corta llamada
de negocios. Yo conseguí mis vacaciones, y vosotros tenéis la
película.
Roderick Jaynes es el pseudónimo que utilizan
los hermanos Coen para firmar el montaje de sus películas.
Este artículo fue publicado como prólogo de la edición
en inglés del guión de
El hombre que nunca estuvo allí.
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